Los
alumnos de 2º de bachiller de Historia del Arte, en compañía de los profesores
de latín y dicha asignatura, nos embarcamos en un viaje de estudios, ávidos de
cultura y belleza, en Roma; cuna de la civilización occidental y madre de
artistas. Si en diapositivas resultaba impresionante lo que el genio humano era
capaz de lograr, en vivo y en directo, encarando de frente semejante cúmulo de
perfección técnica, trabajo y cálculo milimétrico; resultó sobrecogedor.
Durante
nuestro primer día en Roma, nos vimos inmersos en un anacronismo que, si bien
podría resultar extraño en otro lugar, en la Ciudad Eterna, parecía encajar
perfectamente. Como prólogo de nuestro día, la bellísima basílica de Santa
María Maggiore, en cuyo interior hospeda la parca lápida de la familia Bernini,
de la cual reza su inscripción; “La noble
familia Bernini aquí espera la resurrección”. Paseando bajo el, incluso en
invierno, cálido sol de la toscana, llegamos hasta la subrepticia basílica de
San Pietro in Vincoli, también conocida como San Pedro encadenado, dentro de la
cual nos dimos de bruces con una de las obras magnas de Miguel Ángel; “El Moisés” pleno de fuerza y
dramatismo-terrabilitá, como bien lo nombró nuestro querido Miguel Ángel
Buonarroti- es una de las mejores muestras de perfección técnica y fuerzas en
potencias que nos ha dejado el artista.
Posteriormente
y, como no podía ser de otra manera, visitamos el Coliseo. Si en “Gladiator” lo
veíamos pleno de mármoles, oro y toda clase de lujos. Hoy día, aún falto de
todo ello y un tanto derruido, guardando ya únicamente como resquicios de aquel
pasado glorioso, las marcas de las grapas que antaño hubieran sujetado sus
mármoles, resultaba, en su vejez y magnificencia: sencillamente abrumador. Si
bien en el Coliseo nos sentimos un poco romanos, en el mismo momento en el que
nos adentramos en el Foro, viajamos en el tiempo; el arco triunfal de Tito, la
basílica de Majencio, el Tholos de Vesta, el templo de Antonino y Faustina, el
templo de los Dioscuros y, cómo no, el Templo de Saturno… todo ello, desde los
peldaños sobre los que caminábamos, al aire que respirábamos, gritaba “Roma”
con letras mayúsculas. Saliendo del Foro y volviendo a nuestra época, visitamos
el Foro Trajano, dónde divisamos la columna dedicada al emperador hispano.
Justo frente a él, erigiéndose como bien sentenciaron los romanos del XVIII, un
pastel; megalítico, ampuloso y dolorosamente blanco, el Monumento dedicado a
Víctor Manuel II, deslumbrante para todo aquel que se atreve a mirarlo en pleno
día.
Unos cuantos
metros y una escalinata después, llegamos hasta la plaza del Capitolino,
diseñada por el polifacético Miguel Ángel, en cuyo epicentro destacaríamos la
réplica de la estatua ecuestre de Marco Aurelio. Sin embargo, donde debemos poner
el acento es en el museo instaurado dentro del Palacio de los Conservadores.
Una vez dentro, entre las muchísimas obras que vimos, habríamos de destacar los
restos de la estatua monumental de Constantino, infinidad de frescos de
innumerables artistas, “El niño de la espina” de la escuela de Atenas. “El
busto de Medusa”, del virtuoso Bernini. “La loba capitolina”, “El Gálata
suicida”, la verdadera estatua ecuestre de Marco Aurelio y, entre otras muchas
y deslumbrantes obras más, las pinturas de Caravaggio, Tiziano y Rubens.
Reseñable sería la infinidad de salones dedicadas a los bustos de hombres y mujeres
ilustres de época clásica, así como una impresionante galería lapidaria, donde
pudimos leer los epitafios de las antiquísimas tumbas halladas en las
expediciones arqueológicas- no muy diferentes de las nuestras- .Aunque de
lejos, también vimos el Templo de Portunus, así como la Boca de la Verdad;
atragantada de tanto turista deseando saber el valor de su sinceridad. Tras
una, para algunos, excesivamente larga cuesta, llegamos hasta San Pietro in
Montorio, dónde cuenta la leyenda, fue crucificado San Pedro. Sin embargo, lo
más interesante de su interior, es el Templete diseñado por Bramante y
encargado por los RR.CC. Por último y dando fin a nuestro primer día en la
ciudad, visitamos la basílica de Santa María Trastevere, de época
paleocristiana.
En
nuestro segundo día, despertando ya de la irrealidad del día anterior, nos
deslizamos, medio dormidos y un tanto aturdidos por el ajetreo romano, hasta la
iglesia de “Santissima della Vitoria”, dónde nos traspasó el corazón la genial
obra de Bernini “El éxtasis de Santa Teresa”; dónde la piedra toma texturas
vaporosas, el mármol se torna aire y los rostros de la santa y el ángel cobran
vida y emoción. Si Miguel Ángel era bueno, que decir de Bernini…Simplemente
sublime. Posteriormente, oculto en una esquina de la ciudad, llegamos hasta
“San Carlo de las cuatro fuentes” de Borromini. A pocos metros y casi con
cierta ironía, “San Andrés del Quirinal” de Bernini, mucho más sobrio que la
obra de su homólogo. Frente a esta, las estatuas de los hermanos, Cástor y
Pollux. Tras bajar una empinada cuesta, llegamos hasta el Palacio Barberini-
con su característico emblema de abejas- diseñado por Maderno y continuado por,
como no, Bernini. Como dato anecdótico, un poco más abajo del palacio, hayamos
la “Fuente del Tritón”, también del ya mencionado escultor.
Cómo no
podíamos ir a Roma y no ver la Fontana di Trevi, allí fuimos nosotros.
Lanzando, cómo no, nuestra moneda, cada uno con su deseo recogido en ella. De
esta obra no podría más que decir. que de ella se ha logrado una verdadera oda
al movimiento rítmico del agua. En la Piazza Colonna, contemplamos la columna
de Marco Aurelio. Después, con ritmo alegre, llegamos hasta el Panteón de
Agrippa y su colosal cúpula, en cuyo interior, acoge las tumbas de artistas de
la talla de Rafael y la controvertida figura de Víctor Manuel II. Aunque Roma,
entera, está plena de arte y belleza, nadie te prepara para la impresionante
visión de San Ivo Alla Sapienza, de Borromini y, justo frente a su obra,
dándole la espalda, la “Fuente de los Cuatro Ríos” de Bernini. Otras fuentes
que se sitúan en la Piazza Novona son “La Fuente de Neptuno” y “La Fuente del
Moro”.
Volviendo
al mundo romano, visitamos el “Ara Pacis Augustae”, cuyos relieves de la
familia del “mejor emperador de Roma”, nos deslumbraron a todos, sobretodo, el
relieve de la madre regañando a unos niños; de un encantador naturalismo.
Finalizando nuestra jornada, descansamos en la Plaza de España, en cuyas
escaleras pudimos deleitarnos con el romántico espectáculo de la caída del sol
sobre la ciudad, dejando, en lo que pareció un segundo, el cielo romano en la
más insondable oscuridad.
El
penúltimo día de nuestro viaje, ya con el pequeño hormigueo de la despedida
sobre nosotros, visitamos los Museos Vaticano donde nos deleitamos en las
obras; “esfera dentro de una esfera”,
“El Torso de Belvedere”, “El Laocoonte” de la escuela de Pérgamo, “Apolo
de Belvedere”, “La alegoría del Río Nilo”, de la escuela de Alejandría.
“Augusto de Prima Porta”, dónde se le representa vistiendo una rica coraza. “El
Apoxiómeno”; atleta retirándose los aceites y suciedad del cuerpo. “Hércules
del Teatro de Pompeya”- infinidad de representaciones de Mercurio, Artemisa y
Hércules- Sarcófagos, ricos tapices. La sala de Rafael, dónde destacan sus
magníficos frescos, entre ellos “La escuela de Atenas”. La conocidísima Capilla
Sixtina, con sus magníficas cuadraturas, ignudis y Sibilas, decorando el más
que conocido conjunto. Como elemento reseñable del museo y, por desgracia, muy
poco destacado “La escalera dorada” de Miguel Ángel.
Casi
adyacente al museo, nos encaminamos hasta el que es el edificio religioso más
importante del catolicismo; La Basílica de San Pedro, en cuyo interior acoge a
la Santa Sede. Aunque su fachada es obra de Maderno, la plaza, diáfana como
pocas, es obra de nuestro polifacético y ocupadísimo Bernini. Flanqueando la ya
nombrada fachada, dos esculturas colosales de San Pedro y San Pablo y, a sus
espaldas, la magnífica cúpula a imitación de la obra de Bruneleschi. Ya en el
interior, uno no sabe dónde posar la mirada. El techo, las paredes, las losas del
suelo, cada pequeño detalle es en sí mismo, una gran obra de arte. Ningún
elemento está colocado al azar, todo está hecho para impresionar a quién lo
visita, sea creyente o no. Entre las muchísimas obras que podríamos destacar,
mencionaremos la famosísima “Piedad” de Miguel Ángel, dulce y candorosa como lo
son pocas representaciones de esta escena. “El Baldaquino” sobre la tumba de
San Pedro, de colosales columnas salomónicas y marcado espíritu barroco. “La
Gloria del Trono de San Pedro”, llena de teatralidad, inventiva y capacidad
técnica sin iguales. También, la espectacular estatua de “San Longino”, en el
que impresionan, especialmente, sus muy logrados ropajes. Todo esto, obra de
Bernini.
Pusimos
fín a nuestro día, con una imagen que bien podría haber pertenecido a un cuadro
impresionista, con el atardecer cayendo sobre el puente San Angelo y dotando a
sus ángeles de vivas sombras que les otorgaron a sus ojos marmóreos cierta
fantasmagórica vida.
En
nuestro último día, con el corazón roto al tener que dejar la ciudad que tantos
recuerdos nos había grabado, no solo en la mente, sino también el corazón,
visitamos la Galería Borguese; dónde disfrutamos de las obras de autores como
Tiziano, Corregio, Antonio Canova o Bernini.
Allí nos
deleitamos con; “El amor sacro y el amor profano” de Tizano. “Dánae” de
Corregio. “Madonna con el niño y Santa Ana” de Carvaggio. “David” de Bernini,
el que se nos muestra un hombre de hermoso cuerpo, mucho más mundano, para nada
meticuloso o metódico y más maduro que el de Miguel Ángel. “Paolina Bonaparte
como Venus Victoriosa” de Antonio Canova. “El traslado de Cristo” de Rafael. Y,
por último “Muchacho con cesta de frutas” del tenebrista Carvaggio.
Concluyendo
así nuestro viaje, ya en el avión, dejamos caer alguna prófuga lágrima como
despedida, aún con la promesa de haber lanzado una moneda a la Fontana di
Trevi.
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